viernes, 28 de agosto de 2009

Las armas como política


Un nuevo fantasma recorre Latinoamérica, es el fantasma del militarismo. En la última década, diversas regiones al sur del Río Bravo se han militarizado o utilizado a las fuerzas castrenses como medida de control político, lo que sin duda reconfigura la dinámica geopolítica en el continente.

Las razones han sido varias: el combate al crimen organizado, control de recursos naturales, legitimación de regímenes políticos y golpes de Estado.

En el primer caso, se hallan Colombia y México, aunque países como El salvador, Guatemala y Honduras cuentan con bases militares norteamericanas so pretexto de controlar el flujo de armas y estupefacientes. Por su parte, tanto Álvaro Uribe (quien busca su tercera elección consecutiva) como Felipe Calderón, optaron por fortalecer sus ejércitos, aumentar la presencia militar en las calles y aceptar recursos estadounidenses para combatir el narcotráfico.

El control de los recursos naturales es un tema que interesa especialmente a Brasil. Gran parte de la biodiversidad mundial, incluyendo el agua dulce, se halla en su territorio, lo que ha originado un aumento considerable de la presencia militar en sus fronteras. Sorpresivamente, Brasil es el país de Latinoamérica que más recursos ha invertido en armamento durante los últimos años.

Por su parte, la milicia venezolana juega un papel preponderante en la revolución bolivariana. Las fuerzas armadas constituyen el tronco castrense de aquel país, y al menos su apoyo técnico e intercambio estratégico es constante con naciones que actualmente se suman al eje socialista; como Bolivia, Ecuador, El Salvador y, por supuesto, Cuba. Pero no es todo, desde las reformas constitucionales del 2007 promovidas por el presidente Chávez, se autoriza la militarización ciudadana mediante grupos organizados que puedan defender la Revolución.

Recientemente vimos el regreso de los golpes de Estado militares. Aunque este virus pareció mutar en el caso de Honduras, pues a diferencia de los golpes de la década de los setenta y ochenta, no fueron los Estados Unidos quienes promovieron el tinglado, sino las clases medias-altas y élites políticas locales, temerosas de una posible reforma a la constitución que permitiera un mandato más del presidente Zelaya.

La militarización de América Latina no responde a geometrías o ideologías políticas en específico, tanto la derecha como la izquierda se han apoyado de manera importante en el ejército para cumplir sus objetivos; las fuerzas castrenses están adquiriendo un peso institucional peligroso para la estabilidad política del continente.

Es inevitable relacionar a los ejércitos con las tentaciones del autoritarismo y lo que ello acompaña: debilitamiento de las instituciones civiles, violaciones a los derechos humanos, coacción con fines políticos, confrontación social, y en general un deterioro de los valores democráticos.

Con todo, somos la región de mundo que menos invierte en armamento. Pero eso significa poco o nada cuando el poder ciudadano, las alternativas institucionales y la política en general, están sustituyéndose por los fusiles.

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