lunes, 6 de abril de 2009

Crisis política, crisis económica

Las crisis económicas son cíclicas e inherentes al sistema económico mundial. Hace unas semanas el presidente Felipe Calderón declaró que la actual recesión no duraría para siempre. Tiene razón. Es probable que en un par de años el mundo salga del bache y recupere los niveles de crecimiento que tenía hace diez años, pero eventualmente se contraerá para después recuperar algo de lo perdido, y así sucesivamente.

Los apologistas del capitalismo a ultranza explican las crisis económicas como fenómenos cercanos a la metafísica, donde extraños entes financieros, ora americanos otrora asiáticos, cometen irresponsabilidades, errores de cálculo o planeación que llevan al caos a todos los sectores productivos y mercados bursátiles del mundo.

La premisa anterior es incorrecta. Las crisis no se originan por desaciertos de nadie, sino por acierto de muchos, son evidencia de que el modelo funciona con normalidad. Está hecho para eso. Los ciclos económicos del capitalismo necesitan de las recesiones y contracciones del sistema para autoregularse. La explicación es sencilla: nadie que esté ganando mucho dinero dejará de hacerlo ante la posibilidad real, pero impredecible, de que algún día el negocio se acabe.

De continuar con el actual modelo económico estamos condenados a un eterno círculo vicioso, a un sinuoso camino que degrada la vida y dignidad de millones de personas en el mundo y que concentra la riqueza en pocas manos. Los modelos económicos se instrumentan mediante las decisiones políticas. Para cambiar un modelo económico se necesita, por ende, transformar el sistema político.

Ante esto, existen al menos un par de problemas reales: los modelos alternativos que hasta el momento se han instrumentado, derivaciones del pensamiento marxista leninista en su mayoría, han demostrado su incapacidad para gobernar democráticamente y han optado por el camino de la confrontación abierta a un sistema que acaba cercándolos, disminuyéndolos, agotándolos.

América Latina está viviendo una oleada más de gobiernos con características socialistas (Bolivia, Ecuador, Venezuela y recientemente El Salvador) o socialdemócratas (Chile y Brasil). Los primeros, repiten algunos errores de los populismos latinoamericanos del siglo pasado: culto a la personalidad del líder (qué sería de la Revolución Bolivariana sin Chávez, qué sería del MAS sin Evo), corporativismo y desconocimiento de la disidencia política.

Los socialdemócratas, o gobiernos de izquierda democrática, han avanzado en algunos rubros, tales como educación y crecimiento económico; pero tienen pendientes los problemas más importantes: el abatimiento de las desigualdades y la erradicación de la pobreza. Y difícilmente tendrán un saldo positivo en estos rubros porque nunca se han planteado un cambio significativo de los modelos económico-políticos y, por lo tanto, continúan siendo presas de la dinámica del capitalismo.

Desgraciadamente, los retos políticos son los mismos que hace setenta años: gobernar procurando la igualdad pero respetando las libertades individuales, y apostando por una democracia más ciudadana y menos caudillista. Los retos son los mismos, pero el tiempo se agota.